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Humedales: un recurso vital subestimado y amenazado


En términos muy sencillos, un humedal es un área que permanece inundada o con el suelo saturado de agua durante todo el año o una parte de él. Puede verse como un ecosistema híbrido entre los ecosistemas totalmente acuáticos y los puramente terrestres. Sin embargo, no es un ecosistema de transición entre unos y otros sino una unidad ecológica con estructura y dinámica propia.


La Convención Ramsar (Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas), de la que escribiremos al final del artículo, aplica una definición muy amplia de humedales e incluye todos los lagos, ríos, ciénagas, acuíferos subterráneos, pantanos y marismas, pastizales húmedos, turberas, oasis, estuarios, deltas y bajos de marea, manglares y otras zonas costeras, arrecifes coralinos y sitios inundados artificiales como cultivos de arroz, estanques piscícolas, reservorios de agua y salinas. Por tanto, el término humedal incluye ecosistemas muy diferentes desde el punto de vista geológico y fisionómico. Sin embargo, en todos ellos el agua, sea en forma de una lámina visible u oculta empapando el terreno, es el elemento clave. El agua puede provenir del desborde de los ríos, de las lluvias, de manantiales subterráneos o del mar.


Humedales en cifras


Se estima que la superficie ocupada por humedales a nivel mundial puede llegar a unos 12,1 millones de km2, más que la superficie de toda Europa. Un poco más de la mitad de esta superficie corresponde a humedales inundados permanentemente; el resto solo se inunda estacionalmente. Además, existen unos 5,2 km2 de humedales que sólo se inundan ocasionalmente o de manera intermitente, aunque muchos de ellos son humedales no naturales afectados por tormentas de gran intensidad. Aunque estas cifras pueden parecer elevadas, se estima que los humedales subterráneos pueden ser la base de más de 19,2 km2 de rocas carbonatadas a nivel mundial, lo que sugiere que su extensión puede ser muy superior a la de los superficiales.


La mayor parte de los humedales son ecosistemas continentales y solo 7% son costeros y marinos; sin embargo, esta estimación puede ser escasa porque no incluye los humedales submareales. Por su parte, los humedales artificiales apenas cubren 1,6 millones de km2 entre embalses y cultivos de arroz.


Todos los continentes, a excepción de la Antártida, tienen humedales naturales de algún tipo, pero Asia y América concentran más de la mitad de la superficie (68%). Los humedales Europa y África representan, en conjunto, 23% del total, y Oceanía apenas llega al 3%. Las turberas no arboladas, los pantanos, las marismas en suelos aluviales y los lagos naturales representan casi 80% de los humedales naturales continentales; el resto son humedales arbolados, turberas arboladas, ríos y arroyos. Por otra parte, las llanuras mareales sin vegetación, las marismas saladas y los arrecifes de coral, en conjunto, representan 80% de los humedales costeros; el resto corresponde a las praderas de pastos marinos, los manglares y los sistemas submareales.


Por muy elevada que nos pueda parecer la superficie actual de humedales naturales, representa solo una fracción de la original. Se estima que su extensión ha disminuido en más de 35% en los últimos 45 años, debido principalmente a la conversión de tierras y el manejo no sostenible de sus aguas. Esta disminución no se reparte equitativamente entre regiones; América Latina muestra una reducción de 59% en el área de humedales, mientras que Oceanía solo del 12%. A excepción de las turberas no arboladas, los cenagales y las turberas de gramíneas o carrizo, todos los tipos de humedales han disminuido en las últimas décadas entre 5 y 50%. Los humedales de deltas costeros y los arrecifes de bivalvos han mostrado descensos realmente alarmantes (52% y 85% respectivamente). Entre los humedales costeros, solo los manglares han mantenido su área. Sin embargo, estas cifras pueden subestimar la realidad porque no se tiene información de los humedales arbolados ni de los dependientes de aguas subterráneas (sistemas kársticos, manantiales y oasis).


Sin importar cómo se hagan los análisis, las tendencias globales muestran un descenso en el número y el área de los humedales. Por ejemplo, si analizamos la situación a nivel continental o regional, las estimaciones más recientes, de 2014, indican que se han perdido 48% de los humedales mediterráneos. Esta pérdida regional supera con creces la disminución continental en África (42%) y Asia (32%).


La pérdida de humedales no es un fenómeno reciente, pues desde el siglo XVIII han desaparecido 87% de estos ecosistemas a nivel mundial; esto, tomando en cuenta sólo aquellos lugares para los que se tienen registros históricos o paleontológicos. Lo alarmante es que la tasa media anual de pérdida de humedales es tres veces mayor que la tasa de pérdida de bosques naturales (-0,78% respecto a -0,24%), y se ha incrementado en las últimas décadas. Aunque la superficie de los humedales artificiales se ha duplicado desde los años setenta, su valor ecológico dista mucho del de los humedales naturales, y en muchos casos, la conversión de tierras en embalses o en cultivos inundables es también motivo de controversia.


La destrucción de los humedales en Europa refleja muy bien las amenazas que sufren estos ecosistemas a nivel mundial. En el último milenio, las tierras inundadas de Europa se han drenado para convertirlas en áreas de cultivo, y no sin razón, pues sus suelos son ricos en nutrientes y materia orgánica. Además, típicamente se encuentran en zonas relativamente llanas y de fácil acceso o de importancia portuaria e industrial. Pero este cambio de uso siempre pasa factura. Por ejemplo, la construcción de embalses con fines hidroeléctricos y de almacenamiento de agua, y el desvío de cauces (temporal o permanentemente) han afectado a las cuencas de muchos ríos a nivel mundial.


En España, todos los ríos peninsulares principales están hoy interrumpidos por grandes represas que han modificado las características ecológicas, la dinámica y los servicios ecosistémicos de los humedales asociados a las cuencas de esos ríos. Así, por ejemplo, se han afectado las pesquerías de aguas poco profundas y los arrecifes de ostras, por mencionar solo dos consecuencias. En el delta del rio Mekong (China), el manejo de las aguas río arriba y el aumento del nivel del mar han incrementado los niveles de agua y de salinidad y esto, a su vez, ha modificado la estructura y los procesos biogeoquímicos en los humedales del delta. En otras cuencas, como la del Yangtsé, el Colorado y el Nilo se ha alterado la profundidad de las aguas de los humedales y la estacionalidad de la inundación. Esto a su vez disminuye la diversidad fisionómica del humedal, la diversidad y la abundancia de especies.


¿Por qué son relevantes los humedales?


Es casi un lugar común decir que los humedales, los bosques, los arrecifes de coral y hasta los desiertos, por nombrar algunos ecosistemas, o la biodiversidad en general, son vitales para la supervivencia humana, pero es una realidad. Aunque no sepamos cómo, lo son. Los humedales son unos de los ecosistemas más productivos del mundo, junto con los bosques tropicales y los arrecifes de coral. La productividad primaria (biomasa producida por las plantas) varía entre 600 y 2.000 gC/m/año según el tipo de humedal. Los humedales tropicales son los más productivos debido a la alta radiación solar y temperatura durante todo el año. Entre ellos, los que además tienen pulsos hidrológicos estacionales y aquellos en los que fluye el agua son todavía más productivos que los de aguas estancadas, debido a que el agua que ingresa aporta nutrientes y oxígeno. La productividad primaria es fundamental porque es la base de todos los demás procesos productivos de un ecosistema.


Los humedales participan en muchos procesos naturales como en los ciclos hidrológicos, de nutrientes y de energía, la formación del suelo, las interacciones entre especies, las cadenas tróficas, la dispersión de especies y la mitigación de fenómenos climáticos, meteorológicos y geológicos. Los humedales también proporcionan servicios ecosistémicos que pueden expresarse en términos económicos, alimentarios, sanitarios, estéticos o culturales. A grandes rasgos, los humedales prestan al menos cuatro tipos de servicios: de aprovisionamiento, de regulación, de sustento y cultural.


Los humedales son reservorios naturales de agua para la vida silvestre y el uso humano. Dependiendo del tipo de sustrato en el que se encuentren, el agua puede filtrarse a través del suelo y recargar los acuíferos. Quizá nos sorprenda saber que los humedales proporcionan, directa o indirectamente, casi la totalidad del agua dulce de consumo humano del planeta. Adicionalmente, los humedales proveen gran cantidad de alimentos, directa o indirectamente. La pesca en humedales naturales continentales y la caza de subsistencia son una fuente importante de proteínas para muchas comunidades, especialmente en países en desarrollo. Pero aunque no se extrajera ningún animal de ellos, muchos de los que se pescan o cazan en otros ecosistemas dependen de los humedales en alguna fase de su ciclo de vida, como muchos peces de valor comercial y aves de caza. Los humedales también son fuente de madera para construcción, leña para combustible, fibras vegetales, alimentos vegetales silvestres, sustancias bioquímicas, medicamentos naturales y productos farmacéuticos, y minerales. Por si eso fuese poco, muchos humedales artificiales se utilizan en la acuicultura y el cultivo de arroz.



Los humedales ejercen acciones reguladoras de varios tipos. Intervienen en el ciclo del agua y del carbono y por tanto son importantes en la regulación del clima. De hecho, el suelo de los humedales, especialmente el de las turberas, es la mayor reserva de carbono del planeta. Aunque las turberas representan solo el 3% de la superficie terrestre almacenan el doble de carbono que todos los bosques del mundo. El carbono es secuestrado y almacenado por las plantas que lo toman como CO2 del aire y generan materia orgánica. El carbono orgánico es devuelto a la atmósfera en forma de CO2 durante la descomposición. Pero, las condiciones de los humedales, especialmente la falta de oxígeno en el suelo, frenan la descomposición, y el carbono se acumula. Entre los ecosistemas costeros, los manglares están entre los más densos en carbono, debido a la alta productividad primaria y a la captura de sedimentos por las raíces de los mangles. Sin embargo, los humedales son también fuentes importantes de metano, otro de los gases del efecto invernadero. Por tanto, el efecto mitigador del climático de los humedales dependerá del balance entre los dos procesos. En cualquier caso, los humedales deberían ser tomados en cuenta en la toma de decisiones sobre cambio climático a nivel mundial.


Los humedales son fuentes de carbono orgánico, en forma de material vegetal o disuelto en el agua, que sustenta las redes tróficas en otros ecosistemas. Pero el carbono orgánico también actúa como un filtro para la radiación UV-B y protege a la fauna acuática que se desarrolla en humedal. Los humedales retienen grandes cantidades de sedimentos y actúan como filtros naturales para sustancias tóxicas. También desnitrifican las aguas a través de la actividad de microrganismos que transforman los nitratos y nitritos en nitrógeno gaseoso que es liberado a la atmósfera. Aunque el nitrógeno es un nutriente clave en los ecosistemas, en exceso contamina las aguas superficiales y subterráneas. Los habitantes de muchas ciudades y pueblos del mundo desconocen que de no ser por el efecto filtrador de los humedales, los gobiernos tendrían que invertir muchos más recursos para depurar el agua para el consumo humano.



La protección contra inundaciones y tormentas es otro servicio de regulación de los humedales al actuar como sumideros o esponjas naturales. Sin los humedales costeros, las mareas de surgencia generadas por tormentas y huracanes penetrarían mucho más tierra adentro y las inundaciones serían aún más devastadoras. Pero incluso, en condiciones menos extremas, actúan como barreras naturales contra el oleaje, reduciendo el impacto de las olas. Las raíces de las plantas retienen los sedimentos y sujetan el suelo, retienen y aportan nutrientes.


Entre los servicios de sustento que proporcionan los humedales está el de servir como sitio de refugio y reproducción de muchas especies animales, algunas de alto valor comercial. Aproximadamente 40% de las especies de plantas y animales del planeta viven o se reproducen en los humedales. Por esto, los humedales puntúan muy alto en términos de biodiversidad. Los humedales son el hábitat de centenas de especies de aves migratorias y son refugio para un número importante de especies en peligro de extinción; aproximadamente 25% de las especies que viven o utilizan estacionalmente los humedales se encuentran en algún grado de amenaza.



Finalmente, muchos humedales tienen también un alto valor cultural por su relevancia histórica, arqueológica y espiritual. Pensemos solamente en las áreas de desborde del Nilo, a cuyas orillas se desarrollaron grandes civilizaciones, los lagos sagrados del Himalaya en cuyos alrededores floreció la antiquísima cultura tibetana o el Oasis Al – Ahsa (Arabia Saudita) de gran valo arqueológico. El valor recreativo y turístico de los humedales también es enorme debido a su belleza paisajística y a su biodiversidad. Sin embargo, el uso turístico de los humedales es un arma de doble filo que debe ser administrada con sabiduría y prudencia; en todos los casos, el turismo puede y debe combinarse con la educación ambiental.


En general, el valor económico de los servicios ecosistémicos de los humedales continentales es cinco veces mayor que el de los bosques tropicales, y el de los humedales costeros es, en comparación, sencillamente astronómico. Muchos humedales en el mundo han sido designados Patrimonio de la Humanidad, Reserva Natural de la Biosfera o Humedales de Importancia Internacional. Por nombrar solo algunos que ostentan al menos dos de estas designaciones, tenemos los Everglades (EE.UU.), el Parque Nacional de Doñana (España) y el delta del Okawango (Botsuana).


Las amenazas a los humedales alteran todo lo que depende de ellos


Conocer la infinidad de servicios ecológicos que prestan los humedales y su relevancia para la calidad de vida de los seres humanos, la conservación de la biodiversidad, el sustento de las economías locales y regionales y la cultura, nos permite vislumbrar el impacto multidimensional que puede tener su desaparición. Al final, el deterioro de los humedales disminuye el bienestar humano.


Los humedales de todo el planeta sufren amenazas directas e indirectas, naturales y antrópicas de muchos tipos. Ya hemos mencionado algunas: el cambio de uso de la tierra, el cambio climático, la extracción de agua para consumo humano o riego, el desvío de los cauces de los ríos y la construcción de represas. Sin ánimo de ser exhaustivos, a estas se unen la introducción de especies exóticas de flora y fauna, la sobreexplotación de los recursos pesqueros, la extracción indiscriminada de fertilizantes (recordemos que los suelos de los humedales son ricos en nutrientes y materia orgánica), la contaminación por aguas residuales urbanas, agrícolas e industriales; la extracción de madera, los cambios en la dinámica de sedimentación, la salinización, la extracción de arena y grava, la construcción de carreteras través de humedales (que interrumpen el flujo de agua), la contaminación por el tráfico, la presión urbanística, la minería a cielo abierto y el turismo no respetuoso con el ambiente. Estas acciones amenazan a los humedales continentales y a los costeros; en estos últimos, la extracción de madera, especialmente de mangle, el drenaje de las llanuras mareales y las marismas, y la apertura excesiva de las barras litorales de los estuarios y lagunas costeras ya han alterado considerablemente la estructura y la dinámica de estos ecosistemas.


La biodiversidad de los humedales en peligro


La desaparición y el deterioro de los humedales, se refleja en la disminución de las especies asociadas a ellos. Según la Lista Roja de la UICN, 25% de unas 18.000 especies analizadas que dependen de los humedales continentales, están en peligro de extinción, en mayor o menor medida, y 6% están en peligro crítico. El porcentaje de especies en peligro depende del tipo de humedal: las especies de humedales continentales interiores que dependen de ríos y arroyos están más amenazadas que las dependientes de lagunas y pantanos (34% vs 20% especies), y solo 1% de las especies amenazadas en humedales costeros están en peligro crítico.

Lamentablemente, las tendencias poblacionales de las especies que se asocian a humedales tropicales muestran los mayores riesgos a nivel mundial. Entre las plantas, 36% de los licopodios y helechos dependientes de humedales están amenazados, 17% de los mangles, 16% de los pastos marinos y 17% de las plantas vasculares de agua dulce. Entre los animales, están amenazados el 100% de la tortugas marinas, 35% de los anfibios, 40% de los reptiles de agua dulce, 29% de los peces de agua dulce, 62% de las especies de peces, mamíferos y reptiles de más de 30 kg, 18% de las aves acuáticas, 37% de los moluscos no marinos, y 32% de los cangrejos de rio y de camarones de agua dulce. Entre los insectos, 8% las libélulas están amenazadas.


La situación de las aves acuáticas, un grupo emblemático de los humedales, es diversa. Solo los flamencos, los ostreros, las cigüeñuelas, las avocetas, los pelicanos, las gaviotas, los charranes y los picos de tijera tienen más poblaciones en aumento que en disminución. El estado de otros 13 grupos de aves asociadas a humedales ha empeorado, en particular el de las gallaretas, las polluelas, los playeros, los aguateros y las cigüeñas.


Casos extremos de deterioro de los humedales


Los efectos del deterioro de los humedales sobre las actividades humanas son evidentes, pero vale la pena resaltar la catástrofe humana que ha significado la desaparición del Mar Aral y el Lago Chad. El Mar Aral, entre Uzbekistán y Kazajistán, fue un lago salado, el cuarto lago más grande del mundo, y hoy es básicamente un puñado de charcas rodeadas por un desierto. Allí florecía una intensa industria pesquera, al punto que otrora, exportaba una sexta parte del pescado que se consumía en la URSS. El agua de los ríos que alimentaban el lago fue desviada para regar áreas secas que se destinaron al cultivo de arroz, hasta que el flujo hacia el Mar de Aral quedó reducido a 10% del original. Las aguas del mar se salinizaron, y además, terminaron contaminadas por los fertilizantes y pesticidas utilizados en los cultivos. En consecuencia, la industria pesquera prácticamente ha desaparecido, el agua que queda no es apta para el consumo, se ha producido un éxodo dramático de personas hacia otras regiones, y las que se han quedado sufren las consecuencias de tormentas de polvo recurrentes, la falta de agua y alimentos, y enfermedades posiblemente relacionadas con sustancias toxicas en el agua y en el polvo. Algunos sueñan con recuperar el Mar de Aral, pero la pregunta inevitable es a qué costo y de dónde se va a sacar el agua dulce que se necesita.



El Lago Chad, entre Níger, Nigeria, Chad y Camerún, destacaba por su color azul intenso y por su extensión: fue el sexto lago más grande del mundo y el mayor de África. Era la principal fuente de agua dulce del Sahel, una franja que atraviesa toda África, de oeste a este, en la que habitan unos 40 millones de personas. La desecación del Lago Chad es el resultado de una sinergia de factores entre los que destacan el uso no sostenible del agua, la construcción de complejos hidroeléctricos en el Río Chari, su principal tributario, y la intensidad de las sequías en los últimos 50 años. La escasa profundidad del lago lo hace muy sensible al efecto de la sequía.


Hace poco más de medio siglo, este lago albergaba unas 135 especies de peces y ahora es difícil encontrar unas cincuenta. La pesquería está a punto de desaparecer totalmente, y la cosecha de espirulina, un alga de gran importancia alimentaria en la región, también se ha reducido de manera dramática. Es difícil saber si el lago desaparecerá completamente, pero lo cierto es que se encuentra en peligro inminente. Sin duda, otra tragedia ambiental y social de grandes dimensiones asociada a la pérdida de un humedal.


Qué se puede hacer para salvar los humedales


Conservar los humedales requiere acciones a varios niveles que incorporen la visión de desarrollo sostenible y de uso racional de los recursos. Sin lugar a dudas es necesario desarrollar planes de manejo y protección para los humedales a nivel local, regional y global. Para ello es indispensable que los gobiernos y las instituciones diseñen leyes y normas que regulen el uso racional de los humedales y promuevan su protección y conservación a corto, mediano y largo plazo. También es importante lograr que los humedales, y otros ecosistemas, por supuesto, sean tomados en cuenta en la planificación urbanística, industrial, agrícola, recreacional y paisajística.


Pero debido a que los humedales juegan un papel fundamental en ciclos biogeoquímicos de impacto global, es prioritario diseñar planes a nivel regional y mundial. Por ejemplo, la Agenda 2030, en su apartado sobre Cambio Climático, debe incorporar a los humedales en sus estrategias y metas. Según las proyecciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, el aumento de la temperatura del planeta reducirá las aguas superficiales y subterráneas continentales de manera importante, en especial en las regiones subtropicales. El incremento del nivel del mar, por otra parte, modificará muchos de los sistemas costeros. El resultado final será un impacto directo sobre las poblaciones humanas y una competencia mayor por los recursos hídricos y de biodiversidad. Todo esto debe contemplarse con antelación. Por otra parte, la transición a formas de energía renovables, contemplada en la Agenda 2030, también impactará negativamente a los humedales si se opta por incrementar la generación hidroeléctrica.


Conservar los humedales también requiere inversión económica y humana. Por ejemplo, es necesario diseñar sistemas que mejoren las prácticas tradicionales del uso y manejo de los recursos de los humedales. Todo esto requiere acceso a ayudas financieras y a especialistas dispuestos a trabajar directamente con los actores directos. Los incentivos económicos directos, sin duda alguna, también pueden ayudar a impulsar los cambios necesarios en el uso y manejo de los humedales.



No podemos diseñar políticas, planes de manejo y uso racional, estrategias globales, ni tecnologías que nos ayuden a conservar los humedales si no los conocemos. Cada humedal es único, como ecosistema y como parte de una cultura. Por tanto, cada uno requiere un enfoque distinto en su conservación. La investigación científica en los humedales y los estudios sociológicos son fundamentales para diseñar planes que tengan cierta probabilidad de éxito.


Cuando hablamos de comunidades humanas, la educación ambiental es el pilar fundamental. En este sentido, el 2 de febrero de cada año se celebra el Día Mundial de los Humedales, durante el cual los organismos gubernamentales, las ONGs, los grupos de ciudadanos organizan actividades para sensibilizar al público general sobre el valor de los humedales y los servicios que aportan a los seres humanos. Para modificar nuestra conducta es necesario generar conciencia ambiental en las comunidades, pero también debemos integrar los conceptos y las prácticas de la conservación en la cultura de esa comunidad. La idea no es imponer sino sumar y transformar de manera respetuosa para las personas y para el ambiente. Una sociedad concienciada aceptará de mejor grado las políticas de conservación ambiental que vengan de arriba, pero también será la mejor promotora de los cambios en las políticas, al estar en capacidad de exigir a sus gobernantes el diseño y la aplicación de leyes que les beneficien en todos los ámbitos, y el ambiental es uno de los más importantes, aunque no siempre sea priorizado.


La importancia de la Convención Ramsar en la protección de los humedales


La Convención Ramsar o Convención Relativa a los Humedales de Importancia Internacional especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas, es un tratado intergubernamental, aprobado el 2 de febrero de 1971 en la ciudad iraní de Ramsar, que entró en vigor en 1975. Este convenio sentó las bases para coordinar, entre los Estados, las acciones necesarias para conservar los humedales. La misión de la Convención Ramsar es “la conservación y el uso racional de los humedales mediante acciones locales y nacionales y gracias a la cooperación internacional, como contribución al logro de un desarrollo sostenible en todo el mundo”.



Hasta ahora se han adherido a la Convención 172 países y se han incluido 2.466 humedales (más de 2,5 millones de km2) en Lista de Humedales de Importancia Internacional. Cada Parte Contratante de la Convención debe incluir al menos un humedal en la Lista, el cual recibe el nombre genérico de Sitio Ramsar. Los Sitios Ramsar adquieren un estatus nuevo a nivel nacional e internacional y pasan a ser reconocidos como de gran valor para toda la humanidad. El primer sitio Ramsar fue la Península de Cobourg en Australia (8/5/1974) y el más reciente el Estuario de Berg en Sudáfrica (1/2/2022). Un Sitio Ramsar es valioso independientemente de su tamaño. Los más grandes son Río Negro en Brasil (120.016,14 km2), Ngiri-Tumba-Maindombe en la República Democrática del Congo (65.696,24 km2) y Queen Maud Gulf en Canadá (62.782 km2), mientras que Somerset Long Bay Pond en Bermuda, es uno de los más pequeños (0,01 km2). No hay limite al número de Sitios que puede inscribir un país. Los países que tiene más sitios Ramsar en su territorio son Reino Unido (173) y México (149), y el que con mayor superficie bajo la protección Ramsar es Bolivia (142.000 km2).


Al firmar el convenio, cada Parte se compromete a promover el uso racional de todos los humedales de su territorio, designar humedales idóneos para la lista y garantizar su manejo eficaz, y cooperar en el plano internacional en materia de humedales fronterizos, sistemas de humedales compartidos y especies compartidas. El texto completo de la convención está disponible aquí.


Además, cada Parte se compromete a hacer seguimiento a las condiciones ecológicas de sus Sitios Ramsar, e informar a la Secretaría de Ramsar de cualquier modificación que se haya producido o pueda llegar producirse a consecuencia del desarrollo de actividades humanas en el ecosistema mismo o en sus alrededores. En ese caso, la Parte Contratante puede solicitar una Misión Ramsar de Asesoramiento (MRA) que evalúa la situación, elabora un informe y hace recomendaciones. Sobre esta base se diseñan las acciones de restauración más adecuadas. El informe de la MRA también permite solicitar ayuda financiera para acometer estas acciones.


La Convención de Ramsar es un instrumento que permite a las Partes desarrollar muchas de las acciones que describimos en la sección anterior de este artículo. Cuando un país se adhiere al Convenio expresa que ha reconocido la importancia de los humedales, al menos de aquel que ha incluido en la Lista, como fundamental en la conservación global y así como la importancia del uso sostenible de sus recursos. Ciertamente, se trata de un paso importante en la protección de estos ecosistemas tan singulares.


Actuar por los humedales es actuar por la humanidad y la naturaleza. El bienestar humano sigue dependiendo de la salud de los ecosistemas naturales, sea que vivamos en una urbe 5G o en una aldea rural, y una sociedad que no comprenda esto, está condenada a la extinción.




Autora: Zaida Tárano Miranda (Colaboradora Provita Internacional).


Créditos fotos:

Morichal (Colombia), Seryoanroes via Wikimedia Commons

Turbera, Reserva del Alto Venn (Bélgica), Marisa04 vía Pixabay

Pescador artesanal en el Golfete de Cuare (Venezuela), Luisovales via Wikimedia Commons

Jabirú (Ephippiorhynchus senegalensis) en el Delta del Okawango (Botsuana), Diego Delso vía Wikimedia Commons

Barco abandonado en el Mar de Aral (Uzbekistán), Adam Harangozó vía Wikimedia Commons

Parque Nacional do Pantanal Matogrossense (Brasil), Giovanna Colombini via Wikimedia Commons

Flamencos (Phoenicopterus roseus) en el Parque Nacional de Doñana (España), BarbeeAnne vía Pixabay

Travesía en el Delta Okawango (Botsuana), Diego Delso vía Wikimedia Commons


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