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Los glaciares, mucho más que un paisaje blanco

Nos hemos acostumbrado a contemplar cumbres nevadas, nieves perpetuas, grandes lenguas de hielo y nieve que bajan por las pendientes de las montañas. Sin importar que vivamos en la zona templada del planeta, donde esas cumbres nevadas son más frecuentes, todos o casi todos hemos visto alguna fotografía del Himalaya, Los Alpes, Los Andes o el monte Kilimanjaro por mencionar solo algunos parajes montañosos con nieves perpetuas. También hemos visto imágenes de los casquetes de hielo polares (por ejemplo, en Groenlandia y Antártida), vastas zonas cubiertas de hielo y nieves a grandes latitudes. En ambos casos, en alta montaña o en regiones polares estamos contemplando mantos glaciares, si bien son de tipos diferentes.



Las nieves perpetuas esconden en su seno, y nunca mejor dicho, grandes masas de hielo que se forman por la acumulación de nieve, capa sobre capa, a lo largo del tiempo: los glaciares. A medida que aumenta el espesor de la nieve acumulada, las capas inferiores se compactan por el peso de las superiores. La nieve va perdiendo porosidad, pierde aire, y se va haciendo más densa; los cristales que la forman se fusionan y se recongelan hasta formar hielo. Este es un proceso lento que depende de la humedad, la temperatura, la topografía, los vientos y la exposición a la radiación solar. Todos estos factores afectan la velocidad a la que se compactan y recongelan los cristales de nieve. Si la temperatura sube por encima de cierto límite, la nieve no se acumula, se derrite, y cuanto menos nieve haya menor será la compactación. Pero temperaturas muy bajas, extremadamente bajas, tampoco favorecen la formación del hielo.


Para que se forme el hielo que da origen al glaciar es necesaria la fusión de una parte de la nieve, que la superficie expuesta del copo se derrita o incluso se evapore, y que esa agua se condense sobre las partes no expuestas y se vuelva a congelar. Este proceso a nivel micro, cambia la forma de los cristales de nieve y los hace más compactos, menos hexagonales, más esféricos. La nieve que haya caído durante un año debe mantenerse durante al menos otro año para que pueda finalmente convertirse en hielo. En los polos, donde la fusión es muy lenta o inexistente, el proceso de formación del hielo puede tomar miles de años. En otras regiones, donde la fusión es más rápida, el hielo puede formarse en pocos años, especialmente si la fusión ocurre en la zona de acumulación de nieve del glaciar.


Un glaciar es mucho más que una gran masa de hielo abajo y nieve arriba, es una masa de hielo en movimiento. Cuando el hielo acumulado supera cierto espesor, típicamente alrededor de 50 m, comienza a fluir. Unas capas de hielo comienzan a desplazarse sobre las otras y las capas basales se desplazan sobre el terreno donde se encuentra. La velocidad de este desplazamiento depende principalmente de la fricción del terreno y de la pendiente. Unos glaciares se desplazan relativamente rápido, varios metros por día, como el Byrd en Antártida, y otros lo hacen muy lentamente. En cualquier caso, la velocidad del movimiento no es constante y puede variar de una estación a otra o de un año al otro.


Los glaciares, en términos generales, crecen por la adición de nieve, y otras formas de hielo como la escarcha, en la zona de acumulación, y pierden masa por la fusión del hielo en agua, la sublimación (paso del hielo al vapor de agua) y por el desprendimiento de masas de hielo (témpanos) en la zona de ablación. La diferencia entre lo que gana y lo que pierde el glaciar indica si está creciendo o retrocediendo. Los glaciares son, por tanto, producto del clima. Si el clima cambia, los glaciares también. Su tamaño, longitud y espesor dependen del clima de la región donde se encuentren.


Hay muchos tipos de glaciares, según su forma, el lugar donde se encuentren (de montaña o alpino y continental también llamado inlandis o de casquete) y según la temperatura del hielo, pero ese es otro tema.


Los glaciares están retrocediendo


Los glaciares no son estáticos, avanzan, retroceden y adelgazan según la estación del año y de un año a otro. Los glaciares actuales son vestigio de la última glaciación y han cambiado de tamaño desde entonces. Sin embargo, los estudios a largo plazo in situ y con imágenes satelitales han permitido detectar que los glaciares están perdiendo tamaño a un ritmo vertiginoso, aunque a tasas diferentes según la región. Un estudio reciente indica que la pérdida de masa glacial entre 1961 y 2016 ha sido de 9,6 billones de toneladas. La mayor pérdida se ha observado en Alaska, en las márgenes del manto de hielo de Groenlandia y en algunos glaciares del sur de Los Andes.


En Asia ha ocurrido algo muy singular, los glaciares del sureste perdieron casi 112 giga toneladas en esos 55 años, pero en el suroeste han ganado 119 giga toneladas de hielo. Un estudio simultáneo, desarrollado en India entre 2000 y 2010, mostró que 1.752 glaciares se encontraban estables, 248 estaban retrocediendo y 18 estaban creciendo. Algunos glaciares han tenido un comportamiento peculiar. Por ejemplo, el glaciar Gangotri, el principal afluente del rio Ganges, se redujo rápidamente entre 1936 y 1996, a una tasa de 19 m, en promedio, por año para un retroceso total de 1,15 km. Un reporte reciente indica que el retroceso se ha desacelerado; entre 2001 y 2015 retrocedía solo 10 m por año. La gran ventaja de los glaciares del Himalaya es la altitud; la mayoría se encuentra sobre los 4.000 m de altura, donde la fusión del hielo, en verano, es menor que en los Alpes o en Groenlandia. Otro caso excepcional es el glaciar Perito Moreno situado sobre la Cordillera de Los Andes; es uno de los pocos glaciares que no está retrocediendo. Este glaciar termina en el Campo de Hielo Patagónico (entre Argentina y Chile), la tercera masa de hielo del planeta después de los polos.



En otras regiones han desaparecido por completo glaciares de menor masa. Por ejemplo, el glaciar Okjokull en Islandia fue declarado extinto en 2014. En 1890 cubría una superficie de 16 km2, pero en 2012 tenía menos de 1 km2. En 2014 solo se trataba de una masa de hielo muerto que ya no se movía, era solo un helero. Para que una masa de hielo tenga el rango de glaciar debe tener un espesor mayor de 40 m, que como vimos en la primera sección, es a la que el hielo adquiere fluidez.


En los Alpes y el Cáucaso la masa glaciar es pequeña en comparación con la de Himalaya, Groenlandia y Antártida, pero las pérdidas glaciares son importantes a nivel regional y local. Precisamente porque la masa glaciar es menor, y en algunos casos está muy al sur, el ritmo de pérdida glaciar en Europa es muy alto. En Los Alpes, la zona con más glaciares de Europa, el retroceso es inquietante; con todo, es menor que el de Los Pirineos, cuya suerte está echada: desaparecerán totalmente en los próximos 30 años. En 1984 había 39 glaciares en Los Pirineos (unos 8,1 km2), en 2016 quedaban solo 16 (2,42 km2). La mayoría de los glaciares Pirenaicos han pasado a ser heleros. En la Cordillera Cantábrica, en el norte de España, específicamente en Los Picos de Europa, solo quedan algunos heleros como testigos muertos de un pasado glaciar. Pero incluso los heleros tienden a desaparecer. Solo aquellos que se encuentren relativamente protegidos de la radiación solar y en topografías muy particulares aguantarán un poco más. En Europa, solo los glaciares de Noruega han incrementado su masa en las últimas décadas.


Pérdida del paisajismo y mucho más


En algunas regiones, por ejemplo, en Los Alpes, Los Pirineos, el Himalaya, Alaska y en el extremo polar de Suramérica los glaciares tienen gran valor paisajístico y cultural. Por ejemplo, el glaciar Gangotri es un lugar de peregrinación en India. El turismo alpino, en todas sus formas, bien para la escalada, por el simple placer de observar las cumbres desde lejos o hacer senderismo en el piedemonte, reporta grandes beneficios económicos a la región. El impacto económico y social de la pérdida de algunos de estos glaciares es tal que motiva medidas extremas. El glaciar del Ródano (Suiza) termina hoy muy cerca del Hotel de Belverdere en el Puerto de Furka en los Alpes Suizos. Allí se excavó hace décadas un túnel que permite observar la lengua de hielo del glaciar. Para evitar que se pierda el túnel durante la estación de deshielo, los propietarios del hotel, hoy fuera de servicio, lo cubren con tejidos aislantes. Pero este no es el único caso; el glaciar Presena en Italia se cubre con telas blancas para reducir la tasa de deshielo.


El retroceso de los glaciares alpinos no es un fenómeno nuevo, comenzó a finales de lo que se conoce como la Pequeña Edad de Hielo que duró desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del siglo XIX. En 1849, el frente del glaciar Ródano estaba 500 m más abajo que en la actualidad, y era 1,5 km más largo. La mitad del hielo alpino ya se ha derretido y casi la totalidad de lo que aún queda se habrá perdido para 2100. Será el final de Los Alpes como los hemos conocido.



La desaparición de los glaciares alpinos también podría poner en riesgo el abastecimiento de agua en la región. El mismo glaciar del Ródano, junto algunos más, aporta el 25% del agua del río Ródano en verano. Los ríos pirenaicos, en cambio, dependen principalmente del régimen de las nieves no del aporte de los glaciares; aun así, su desaparición afectaría a los torrentes y lagunas asociados y por ende a la flora y fauna que dependen de ellos. Según algunas estimaciones, los glaciares pirenaicos habrán desaparecido en 30 años.


En otras regiones, el impacto de la pérdida de los glaciares de montaña es potencialmente mayor. Por ejemplo, en Los Andes y en Himalaya, la fusión del hielo glaciar en la época seca es la principal fuente de agua dulce para las comunidades humanas y los ecosistemas. En Los Andes, además, el deshielo de los glaciares incrementa el riesgo de deslaves; algo que ya ha ocurrido en algunas localidades.



El derretimiento de los glaciares tiene otros efectos más globales. En los últimos 55 años (1961-2016), el deshielo de los glaciares de montaña es responsable de un incremento de 27 mm en el nivel del mar, aproximadamente 21% del incremento total; los de Groenlandia representan el 15% y los de Antártida el 8%. Los glaciares de montaña cubren, actualmente, un área aproximada de 706.000 km2 y tienen un volumen de unos 170.000 Km3. Si todos estos glaciares que se derritieran podrían aumentar el nivel del mar en casi medio metro, lo que representaría el fin para muchas ciudades costeras, islas, cayos y arenales. La adición de agua dulce a los océanos tiene otras consecuencias. Junto con otros factores, afecta las corrientes oceánicas, algo que a su vez impacta en el clima y favorece fenómenos meteorológicos más extremos. Es que en la Tierra todo está relacionado.


Los glaciares forman parte del ciclo hidrológico y cualquier cambio en uno de sus componentes afecta a los demás. El derretimiento de los glaciares aumenta la cantidad de agua en forma líquida. Pero debido al calentamiento global del planeta, en especial de los océanos, se evapora más agua. El resultado es más agua en forma de gas en la atmósfera, y como dice el dicho popular, todo lo que sube tiene que bajar. El resto es historia: lluvias torrenciales, huracanes, tormentas.


Los glaciares, especialmente los casquetes glaciares, son importantes en el equilibrio radiante de la Tierra (balance entre la radiación que llega a la Tierra y la que sale). Al disminuir la superficie glaciar disminuye también el albedo de la Tierra (porción de la energía luminosa que refleja la Tierra). Esto, a su vez, favorece el calentamiento y la espiral sigue alimentándose. El calentamiento de los océanos, a su vez, favorece el derretimiento de los glaciares marinos (los que terminan en el mar), especialmente los de la costa de Alaska. Todo se interrelaciona. La lista de efectos directos e indirectos del deshielo glaciar continúa pero la dejamos hasta aquí.


La causa del derretimiento glaciar es simple: el incremento de la temperatura en el planeta. Si el planeta se está calentando por el efecto de los gases de invernadero, en teoría el derretimiento de los glaciares podría detenerse o desacelerarse controlando estas emisiones. Pero que se detenga no significa que se recupere la masa glaciar perdida. Para ello la temperatura global debería descender hasta el nivel de la época preindustrial, algo ciertamente poco probable en el mediano plazo. Además, el posible efecto positivo de ese descenso no se observaría hasta muchas décadas después. Gran parte de pérdida estimada de los glaciares en los próximos 80 años ya es el resultado de las emisiones de CO2 del pasado, no de lo que se emite en el presente. Se estima que cada kilogramo de CO2 liberado a la atmósfera es responsable de la pérdida de 14,5 kg de hielo glaciar en las montañas a largo plazo.



Soluciones hay pero incluso si las ponemos en práctica hoy, difícilmente observemos sus efectos en el tiempo que deseamos, al menos en los glaciares de montaña. Otro puede ser el futuro de los glaciares de Antártida, Groenlandia y el norte de Europa si se corrige el curso ahora. Quizá debamos trabajar en todos los frentes y prepararnos para los cambios que parecen inminentes.


Créditos fotos:

Manto glaciar en Groenlandia, Christine Zenino en Wikimedia Commons

Límite del glaciar Gangotri e inicio del río Bhagirathi (India), Atarax42 en Wikimedia Commons

Glaciar Aletsch, el más grande de los Alpes, Gzzz en Wikimedia Commons

Glaciar Perito Moreno, Ebrea en Wikimedia Commons

Glaciar en Antártida, Jason Auch en Wikimedia Commons


Autora:

Zaida Tárano Miranda

Divulgadora Científica

Colaboradora Provita Internacional


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