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Sostenibilidad y flexibilidad: una dupla necesaria


Nuestro planeta cambia en el tiempo. Los continentes estuvieron unidos hace millones de años en una masa de tierra llamada Pangea. Emergen islas en medio del océano, poco a poco se gestan glaciaciones y períodos interglaciares, donde hoy hay un bosque hubo un desierto hace decenas de miles de años y donde hoy hay desierto otrora hubo un bosque. En una escala temporal diferente, los ríos se desbordan, ocurren tormentas, un volcán hace erupción, ocurre un terremoto. El cambio es inherente a la Tierra y por miles de años ha ocurrido sin la injerencia humana. Sin embargo, la idea de que los cambios ambientales no son solo un hecho natural sino un hecho humano ha logrado abrirse paso con fuerza en el último siglo.


Conforme las sociedades humanas han ido evolucionando, el efecto de sus actividades sobre el resto de los procesos que se suceden en el planeta se ha hecho cada vez más notorio. Todo lo que hacemos tiene un efecto sobre lo que nos rodea, eso es inevitable. El efecto no tiene porqué ser nocivo ni mucho menos irreversible. Por ejemplo, si salgo al jardín y riego las plantas o el césped, habrá un efecto: cambiará transitoriamente el olor del jardín, ahora olerá a tierra húmeda; incluso habrá cambiado la temperatura del aire cerca del suelo y alrededor de las plantas, ahora será un poco más baja que antes de regar. Este efecto pasará en unos minutos y todo volverá, más o menos, al estado inicial.


Cambio y sostenibilidad


Los seres humanos somos capaces de producir cambios muy rápidos y muy profundos en nuestro entorno. Modificamos la orografía, la hidrografía, las costas, la biodiversidad por nombrar solo algunas. Otras especies también modifican su entorno de manera notable: termitas y hormigas, aves tejedoras y castores son grandes ingenieros del paisaje. Sin embargo, no cabe duda que los humanos somos los mayores modificadores del ambiente, por la magnitud de los cambios y por el ritmo al que lo hacemos. Muchos de esos cambios son tan vertiginosos e intensos que la naturaleza no logra compensarlos en la escala de tiempo de nuestras vidas. Esto, irremediablemente, tiene un impacto negativo sobre nuestra vida y sobre su sostenibilidad.


La sostenibilidad consiste en lograr que el uso que hacemos de los recursos permanezca dentro de los límites de la capacidad que tiene nuestro planeta para renovarlos. Hace 12.000 años los grupos humanos eran principalmente nómadas de modo que no interactuaban intensamente ni por tiempo prolongado con los entornos que visitaban. Pero con el sedentarismo, la agricultura y la cría de animales cambiaron sus modos de relacionarse con el entorno y los efectos de esa relación. Comenzó la tala y la erradicación de la vegetación original del lugar para sustituirla por cultivos. También se domesticaron plantas y animales haciéndolas dependientes de los humanos. Nuestros ancestros se dieron cuenta que el sedentarismo, tal como lo estaban desarrollando, no era sostenible, aunque ese concepto aún no se había incorporado en su cosmovisión. Digamos que se percataron el impacto negativo que tenían estas transformaciones y trataron de mitigar estos efectos.


El ritmo y la intensidad a los que afectamos el entorno natural se han incrementado paralelamente al desarrollo tecnológico de la humanidad y al crecimiento de nuestra población. Si queremos que nuestro planeta sea capaz de sustentar nuestra vida hoy y en el futuro, es necesario mejorar la manera en que nos relacionamos con él y modificar el uso que hacemos de sus recursos, renovables y no renovables. Cuando los recursos no renovables se hayan agotado no habrá más, pero los renovables tampoco están garantizados. Tenemos la idea de que un recurso renovable puede usarse a discreción porque es, como su nombre lo indica, “renovable”. El detalle es que nuestra capacidad para utilizar ese recurso debe estar a la par con la capacidad de la naturaleza para renovarlo, de otro modo, dejará de serlo.


En el último siglo, cuando menos, el uso que hemos hecho de los recursos naturales supera la capacidad de renovación de la naturaleza. Este uso vertiginoso, sumado al incremento acelerado de la población mundial y la demanda de materias primas para mantener un sistema de vida muy intenso, nos acerca a una crisis ambiental. No será la primera, ni la última, pero ciertamente será la que nos toque enfrentar. Si a una mala gestión de los recursos se une lo impredecible o lo que está fuera de nuestro control directo, puede repetirse la historia de muchas civilizaciones pasadas.


Tenemos evidencias de que la decadencia de la civilización Rapa Nui que habitó en la Isla de Pascua, y de la Maya en Centro América, se debió a una combinatoria de factores: el crecimiento poblacional, el uso de los recursos naturales por encima de la capacidad de renovación natural y eventos climáticos (sequías prolongadas e intensas). En Mesopotamia, la salinización de los suelos debido al riego excesivo acabó con los cultivos de trigo y después de cebada; inevitablemente los suelos se volvieron blancos y sin fuentes de alimento llegó el fin de la historia de los sumerios. En Almería (España) la cultura de El Argar, una de las primeras sociedades urbanas de Europa Occidental, vio el fin de sus días a consecuencia de la tala de los bosques de pinos y robles para proveer de madera a la minería y crear áreas de pastoreo. Los bosques dieron paso a un ecosistema de matorrales y arbustos, menos valioso.


Cambio y flexibilidad


Sin duda, una de las claves para inclinar la balanza en favor de la preservación de la civilización humana actual es la sostenibilidad. Sin embargo, la sostenibilidad no puede evitar el impacto de eventos geológicos, climáticos y astronómicos, como los terremotos, el vulcanismo, los cambios en el patrón de circulación de los vientos, las sequías o cambios en la actividad del Sol. De modo que, para afrontar los cambios que están fuera de nuestro control es necesario incorporar otro concepto: la flexibilidad.


La flexibilidad a la que me refiero es nuestra capacidad para adaptar nuestra conducta y pensamientos, nuestros planes y acciones, nuestra estructuras sociales, económicas y políticas ante situaciones cambiantes e inesperadas. Una sociedad que se aferra a las formas tradicionales de interpretar los hechos, de planificar, de gestionar, de resolver, de ver sus relaciones con su entorno tiene pocas posibilidades de adaptarse a los cambios. Una sociedad que no es flexible no incorporará la sostenibilidad en su cosmovisión. Algunas de las civilizaciones que mencionamos en los párrafos anteriores desaparecieron por sus malas decisiones ambientales, pero otras lo hicieron porque no pudieron ajustarse rápidamente a los cambios climáticos que les tocó vivir. Mientras los vikingos no lograron superar los ciclos de calentamiento y enfriamiento del planeta que se sucedieron en el curso de unos pocos siglos, los esquimales lograron adaptarse y permanecer en el mismo entorno hostil.


Sinergia necesaria


La sostenibilidad y la flexibilidad van de la mano. Cuando una sociedad grande y compleja que vive al límite de sus recursos es muy frágil a los cambios no controlables en su entorno, y deja poco margen para ser flexible. Por ejemplo, una población que haya sobreexplotado sus recursos hídricos por décadas será mucho más vulnerable a eventos de sequías que otra que no lo haya hecho y disponga de reservas. Una población que haya deteriorado sus ecosistemas costeros, por ejemplo, sus humedales, sufrirá el efecto de mareas y tormentas en mayor medida que una que los haya protegido. Cuando se vive al límite es más difícil encontrar soluciones y caminos alternativos, entre otras razones, porque las opciones son limitadas.


La sostenibilidad y la flexibilidad son conceptos a incorporar en nuestro quehacer, en la educación primaria, secundaria y universitaria, en la gestión y administración de los recursos, en la planificación urbanística, en fin, en todas las esferas de nuestra vida.


Como grandes transformadores de nuestro entorno, es también nuestra responsabilidad entender y prevenir las causas del deterioro ambiental. Es necesario pensar, decidir y actuar con una visión de sostenibilidad. Pero también es necesario construir sociedades más flexibles; trabajar en formas de organización social que nos permitan encontrar soluciones innovadoras y adaptarnos a los cambios ambientales que ya estamos viendo.


Autora: Zaida Tárano Miranda (Colaboradora Provita Internacional).


Créditos foto:

Rafael Albornoz en Unsplash

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